Karl Marx

Esta elección es un gran privilegio del hombre sobre el resto de la creación,
pero al mismo tiempo es un acto que puede destruir su vida entera, frustra todos
sus planes, y lo hace infeliz. Por consiguiente, considerar seriamente esta
elección es ciertamente el primer deber de un joven que está empezando su
carrera y no quiere dejar sus asuntos más importantes para arriesgarse.
Todos tenemos un objetivo, que nos parece grande; y, realmente, para la
convicción más profunda, es así, la más profunda voz del corazón lo declara de
esta manera, la Deidad nunca deja al hombre mortal totalmente sin una guía; él
habla suavemente pero con certeza.
Pero esta voz puede ahogarse fácilmente, y lo que nosotros tomamos como
inspiración puede ser el producto del momento, que quizás también puede
destruirse por otro. Nuestra imaginación, quizás, está en el fuego, nuestras
emociones agitadas, los fantasmas revolotean ante nuestros ojos, y nos
zambullimos precipitadamente en lo que nuestro impetuoso instinto sugiere, qué
llegamos a imaginamos que la Deidad nos ha señalado. Pero lo que nosotros
abrazamos ardientemente pronto nos rechaza y ahí vemos nuestra existencia entera
en las ruinas.
Debemos examinar, por consiguiente, seriamente, si realmente hemos estado
inspirados al escoger nuestra profesión, si una voz interna lo aprueba; o, si
esta es un engaño, y lo que nosotros tomamos como un llamado de la Deidad fue
una autodecepción. ¿Pero, cómo podemos reconocer esto, sino rastreando la fuente
de la propia inspiración?
Respecto al ímpetu, este promueve la ambición, y puede fácilmente produce la
inspiración, o lo que nosotros tomamos por inspiración; pero la razón no puede
refrenar al hombre que es tentado por el demonio de la ambición, y se zambulle
precipitadamente zambulle precipitadamente en lo que sus impetuosos instintos le
sugieren: él ya no escoge su posición en la vida, ahora esta es tomada por
casualidad e ilusión.
No somos llamados para adoptar la posición que nos ofrece las oportunidades
más brillantes; quizás no es lo que, en la larga serie de años, podamos
sostenerlo, nunca nos cansaremos, ni se diluirá nuestra pasión, nunca permitamos
que nuestro entusiasmo crezca impersonalmente, excepto si vemos nuestros deseos
incumplidos, nuestras ideas insatisfechas y debamos "descubrirnos" contra la
Deidad y la maldición de la humanidad.
Pero no sólo es la ambición la que puede despertar el entusiasmo súbito por
una profesión particular; quizás pudimos haberla embellecido en nuestra
imaginación, para hacerla parecer lo más alto que la vida puede ofrecer. No
hemos analizado, ni considerado la carga entera, la gran responsabilidad que se
impone en nosotros; sólo lo hemos visto a distancia, y la distancia es engañosa.
Nuestra propia razón no puede aconsejarnos; para esta, la decisión no se
apoya por la experiencia ni por la observación profunda, se engaña por la
emoción y se deslumbra por la fantasía. ¿Entonces a quién debemos volver
nuestros ojos? ¿Quién debe apoyarnos dónde nuestra razón nos desampara?
Nuestro corazón dice: Nuestros padres, que han recorrido el camino de vida y
han experimentado la severidad del destino.
Y si nuestro entusiasmo todavía persiste, si continuamos amando una profesión
y creemos su llamado después de haberla examinado a sangre fría, después de
percibir sus cargas y dificultades, entonces debemos adoptarla, entonces nadie
hará que nuestro entusiasmo nos engañe ni que la impaciencia nos lleve lejos.
Mas no siempre podemos lograr la posición a la cual creemos que somos
llamados, nuestras relaciones en la sociedad están relativamente preestablecidas
antes de que estemos en una posición de determinarlas.
Nuestra constitución física es a menudo un obstáculo amenazante, y no permite
a nadie mofarse de sus derechos. Es verdad que podemos subir sobre esta; pero
entonces nuestra caída es la más rápida de todas, de ahí que somos aventurados
en construir sobre las ruinas desmenuzadas, entonces nuestra vida entera es un
forcejeo infeliz entre los principios mentales y corporales. Pero aquél, que es
incapaz de reconciliar sus internos elementos en pugna, ¿cómo puede resistir la
tensión tempestuosa de vida, cómo podría actuar serenamente? Y es exclusivamente
desde la calma que esos grandes y finos hechos pueden surgir; es el único
terreno en el que las frutas maduras se desarrollan con éxito.
Aunque no podamos trabajar de largo, y casi nunca de buena gana con una
constitución física que no se satisface a nuestra profesión, el pensamiento, no
obstante, surge del sacrificio de nuestro bienestar ante el deber, actúa
vigorosamente aunque seamos débiles. Pero si hemos escogido una profesión para
la que no poseemos el talento, nunca podremos ejercerla merecidamente,
comprenderemos pronto, con vergüenza, nuestra propia incapacidad y decimos que
somos seres creados inútiles, los miembros de la sociedad, incapaces de cumplir
su vocación. Entonces la consecuencia más natural es el desprecio de sí mismo, y
qué es más doloroso, que el sentirse por todos como el menos capaz de lo que el
mundo exterior puede ofrecer. El desprecio de sí mismo es una serpiente que en
la vida roe el pecho de uno, a la vez que chupa la sangre de la vida del corazón
y lo mezcla con el veneno de misantropía y desesperación.
Una ilusión sobre nuestro talento, para una profesión a la cual hemos
examinado estrechamente, es una falta que toma su venganza sobre nosotros
mismos, y aun si no se encuentra con la censura del mundo externo, que da lugar
al dolor más terrible que puede infligir en en nuestros corazones.
Si hemos considerado todo esto, y si las condiciones de nuestra vida nos
permiten escoger cualquier profesión que nos guste, podemos adoptar lo que nos
asegura el valor más grande: aquel que está basado en las ideas de cuya verdad
nos convencen completamente, que nos ofrece el alcance más amplio para trabajar
para la humanidad y para nosotrosmismos, para acercarse más al objetivo general
para la que cada profesión es un medio: la perfección.
El mayor mérito de un hombre es aquel que da una gran nobleza a sus acciones
y a todos sus logros, que lo hacen invulnerable, admirado por la muchedumbre y
que lo elevó anteriormente.
Pero el mérito solo puede asegurarse por una profesión en la que no seamos
herramientas serviles, en la cual actuemos independientemente en nuestra propia
esfera. Sólo puede asegurarse por una profesión que no exija actos reprensibles,
ainclusive aquellos reprensibles solo en su apariencia exterior, una profesión
que los mejores pueden seguir con noble orgullo. Una profesión que asegure esto
en el más gran grado no siempre es la mejor, pero siempre será la preferida.
Pero así como una profesión que no nos da ninguna seguridad de su mérito nos
degrada, debemos ciertamente sucumbir bajo las cargas de quien se ha basado en
ideas que las reconoceremos posteriormente como falsas.
Casi no tenemos ningún recurso para la autodecepción, ¡y lo que una salvación
desesperada es aquella que se obtiene por la traición de sí mismo!
Esas profesiones que no son tan envueltas en la vida misma concernientes con
las verdades abstractas son las más peligrosos para el joven cuyos principios no
son todavía firmes y cuyas convicciones no son todavía fuertes e inflexibles. Al
mismo tiempo estas profesiones pueden parecer ser las más excelsas si han sido
tomadas de raíz en nuestros corazones y si somos capaces de sacrificar nuestras
vidas y todos los logros por los ideales que aspiramos en ellos.
Ellas pueden dar felicidad al hombre que tiene una vocación para estas, mas
destruyen a quién los adopta imprudentemente, sin reflexión, rindiéndose al
impulso del momento.
Por otro lado, tenemos más consideración en las ideas que basan nuestra
profesión en darnos un alto status en la sociedad, refuerzar nuestro propio
mérito, y hace nuestras acciones indiscutibles
Uno que escoja una profesión que valore favorablemente, se estremecerá a la
idea de ser indigno de ella; solo actuará noblemente si su posición social es la
de un noble.
Mas la guía principal que debe dirigirnos en la elección de una carrera es el
bienestar de la humanidad y nuestra propia perfección. No debe pensarse que
estos dos intereses pudieran estar en conflicto, que uno tendría que destruir el
otro; al contrario, la naturaleza de hombre está constituída de tal modo que
solo puede lograr su propia perfección trabajando para la perfección, para el
bien de sus semejantes.
Si uno solo trabaja para sí mismo, quizás puede volverse un famoso del
aprendizaje, un gran sabio, un poeta excelente, pero nunca puede ser perfecto,
verdaderamente grande.
La historia llama a esos hombres los más grandes, los que se han ennoblecido
trabajando por el bien común; la experiencia aclama como el más feliz a quien ha
hecho el más grande número de la personas felices; la religión misma nos enseña
que el ideal de vida por quienes todos se esfuerzan por copiar se sacrificó por
causa de la humanidad, ¿y quién se atrevería a poner al nada los tales juicios?
Si en la vida hemos escogido la posición desde la cual podemos trabajar más
por la humanidad, ninguna carga nos puede doblegar, porque son sacrificios en
beneficio de todos; entonces experimentaremos una no pequeña, limitada, egoísta
alegría, pero nuestra felicidad pertenecerá a millones, nuestros hechos se
vivirán calladamente, pero por siempre por el trabajo, y sobre nuestras cenizas
se verterán las ardientes lágrimas de la gente noble.
Marx
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