1.- El discurso de Chacarillas: Refundación
Hoy resulta claro que la dictadura militar encabezada por Augusto Pinochet
poseyó un carácter fundacional de la vida política e institucional en Chile. El
diseño básico de ese país anhelado se materializó en una Declaración de
Principios de la Junta de Gobierno y se hizo público en el cerro Chacarillas en
julio de 1977, frente a un grupo de jóvenes del Frente Juvenil de Unidad
Nacional. Aquella noche, entre antorchas que recordaban los paganos aquelarres
del nacional socialismo, el dictador declaraba: “ Para un adecuado enfoque de
este problema, es conveniente reiterar una vez más, que el 11 de septiembre no
significó sólo el derrocamiento de un Gobierno ilegítimo y fracasado, sino que
representó el término de un régimen político-institucional definitivamente
agotado, y el consiguiente imperativo de construir uno nuevo”
Es interesante destacar que la noción de un nuevo orden jurídico
institucional se basó explícitamente en el autoritarismo. El mismo Pinochet les
explica a sus prosélitos: “En esa perspectiva, advertimos nítidamente que
nuestro deber es dar forma a una nueva democracia que sea autoritaria,
protegida, integradora tecnificada y de auténtica participación social,
características que se comprenden mejor cuando el individuo se despoja de su
egolatría, ambición y egoísmo” Más allá de la grotesca demagogia de estas
palabras, resulta claro que el eje sobre el que se construyó la llamada
Constitución del ochenta es, precisamente, la noción de “democracia
autoritaria”. Como bien sabemos, es esta carta constitucional la que todavía
rige el destino de los chilenos hasta el presente.
En el diseño pinochetista queda fuera de toda consideración seria el derecho
de las personas, de hecho, declara sin ambages: “Sólo una amarga experiencia
reciente, que estuvo a punto de conducirnos a la guerra civil, nos ha hecho
comprender que los derechos humanos no pueden sobrevivir en un régimen político
y jurídico que abre campo a la agresión ideológica del marxismo-leninismo, hoy
al servicio del imperialismo soviético, o a la subversión terrorista, que
convierte a la convivencia social en una completa anarquía” En la tesis
dictatorial, los derechos humanos quedan suspendidos cuando los movimientos
sociales reclaman sus derechos, o dicho de otro modo, cualquier manifestación de
una demanda democrática se traduce como una “agresión ideológica”. En la
actualidad basta pensar en la llamada “Ley Hinzpeter” para advertir la plena
vigencia de esta visión autoritaria.
Ante la demanda de organismos internacionales y muchos gobiernos democráticos
del mundo por las graves violaciones de derechos humanos en el Chile de
Pinochet, el dictador, con un cinismo de antología, responde: “Resulta
incomprensible que toda restricción a determinados derechos de las personas se
enjuicie como una presunta transgresión de los derechos humanos, mientras que la
actitud débil o demagógica de muchos gobiernos frente al terrorismo no merezca
reparo alguno en la materia, aun cuando es evidente que ella se traduce en una
complicidad por omisión, con una de las formas más brutales de violación de los
derechos humanos”
2.- El discurso de Chacarillas: Plan
La dictadura militar se propuso instituir una “democracia autoritaria” en que
las fuerzas armadas fuesen las garantes del nuevo orden. A diferencia del estado
democrático – liberal, se trata de fundar un orden jurídico institucional
“protegido”, o mejor dicho, una “democracia protegida”: “ Protegida, en cuanto
debe afianzar como doctrina fundamental del Estado de Chile el contenido básico
de nuestra Declaración de Principios, reemplazando el Estado liberal clásico,
ingenuo e inerme, por uno nuevo que esté comprometido con la libertad y la
dignidad del hombre y con los valores esenciales de la nacionalidad”
Para llevar adelante su empresa, el dictador trazó un plan que culminaría en
la actual carta fundamental: Recuperación, transición, consolidación. Interesa
hacer notar que el presente de Chile responde a la última etapa del plan
pinochetista, es decir: los principios de una junta militar se han
institucionalizado. De suerte que se puede sostener que, en estricto rigor, el
orden dictatorial no ha sido superado. Como sostenía el dictador:
“Simultáneamente con lo anterior, que implicará el paso de la etapa de
transición a la de consolidación, corresponderá aprobar y promulgar la nueva
Constitución Política del Estado, única y completa, recogiendo como base la
experiencia que arroje la aplicación de las Actas Constitucionales. La etapa de
transición servirá así para culminar los estudios del proyecto definitivo de la
nueva Carta Fundamental”
En aquel acto se encontraba toda una generación de extrema derecha que hoy
participa del gobierno: Cristián Larroulet, Patricio Melero, Juan Antonio
Coloma, Joaquín Lavín, Andrés Chadwick y muchos artistas y figuras de la época.
El capital y el terror engendraban a los hijos de Chacarillas, mientras la DINA
secuestraba, torturaba y asesinaba chilenos dentro y fuera del territorio
nacional. En aquellos años, todos ellos soñaban con un nuevo orden político para
el país, aquel, precisamente, que hoy administran en calidad de ministros,
legisladores, alcaldes o empresarios.
3.- El discurso de Chacarillas: Proyección
Una “democracia protegida” que restringe la participación ciudadana unido a
una amplia libertad económica amparada en el principio de subsidiariedad siguen
siendo hasta hoy los conceptos fundamentales del así llamado “modelo chileno”.
La llegada de la Concertación de Partidos por la Democracia no alteró, en lo
fundamental, este diseño matriz. Los partidos políticos de los más diversos
cuños ideológicos decidieron mantener inalteradas las reglas del juego y
acomodarse en una “democracia de los acuerdos”, desactivando toda movilización
social o sindical, ampliando las posibilidades de negocios, en definitiva y como
suele decirse “administrando el modelo”.
Esta paisaje que ha caracterizado nuestra vida política los últimos veinte
años se aproxima bastante al que había previsto la dictadura militar y su
particular concepción de la participación social: “/Una democracia / De
auténtica participación social, en cuanto a que sólo es verdaderamente libre una
sociedad que, fundada en el principio de subsidiariedad, consagra y respeta una
real autonomía de las agrupaciones intermedias entre el hombre y el Estado, para
perseguir sus fines propios y específicos. Este principio es la base de un
cuerpo social dotado de vitalidad creadora, como asimismo de una libertad
económica que, dentro de las reglas que fija la autoridad estatal para velar por
el bien común, impida la asfixia de las personas por la férula de un Estado
omnipotente”
Insistamos, este es el fundamento último del “modelo chileno” amparado en el
orden constitucional pinochetista. Esto explica el celo obsesivo de la derecha
en preservar “la obra” del general Pinochet, oponiéndose a todo cambio
sustancial a la constitución y, desde luego, a todo reclamo ciudadano por una
Asamblea Constituyente. La Constitución del ochenta es, finalmente, la fórmula
jurídica e institucional que construyó la derecha de mano de los militares para
evitar por muchos años más la amenaza a sus privilegios. El desafío para los
demócratas del presente y del porvenir es, justamente, poner fin a este orden
injusto, excluyente y antidemocrático.
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